Son marionetas bajo un cielo de cemento.
El dolor recorre el cuerpo de Maeve Campbell cuando se despierta fría y desorientada, encerrada en una habitación de cemento abandonada.
Sus ojos somnolientos recorren la celda y se posan en un cuerpo masculino y flácido al otro lado de la habitación. Agarrándolo por el hombro, lo pone de espaldas, con la cara inclinada hacia ella. Sólo que no es quien piensa.
No es su marido.
Y no están solos. Un extraño se burla de ellos desde el interior de un viejo altavoz oxidado. Un extraño que quiere que sufran.
Con cada día que pasa, y sólo con el otro para apoyarse, su determinación se convierte en una lucha no sólo por la supervivencia, sino por el otro.
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